¿Alguna vez te has mirado al espejo y has pensado: «¿Por qué mis dientes no son tan blancos como los de los anuncios?» ¡Si es así, bienvenido al club!
Verás, siempre me he considerado una de esas personas que sueñan con una sonrisa de anuncio, pero que, a su vez, también adoran el café, los tés de colores y alguna que otra copita de vino tinto; por desgracia, sabemos que no se puede tener todo a la vez.
Así que, un día, decidí ponerme manos a la obra y aventurarme en el mundo del blanqueamiento dental en casa. Hoy te cuento cómo fue mi experiencia y, sobre todo, si realmente logré acercarme un poquito a esa sonrisa digna de Hollywood.
Primeros pasos que tomé.
Estaba decidida a blanquearme los dientes ¡ya que era algo que me importaba mucho! Aunque no era algo que llegara al punto de obsesionarme como ocurre con las personas que sufren blancorexia, de alguna forma afectaba a mi autoestima, así que me puse en marcha y comencé a dar los primeros pasos hacia una dentadura más blanca.
Lo primero que hice fue, como cualquier persona sensata, meterme en internet y buscar todo tipo de métodos de blanqueamiento caseros, ya que había oído por las experiencias de mis amigas que los blanqueamientos no eran muy baratos.
Para mi sorpresa, me encontré de todo: Desde cosas que sonaban seguras, hasta otras que parecían una receta para un desastre dental. Entre las muchas recomendaciones que vi, encontré el uso de bicarbonato, peróxido de hidrógeno, e incluso frotarse cáscaras de plátano en los dientes. Ante este panorama, tuve que hacer una pequeña selección y decidir qué era lo que mejor me sonaba (y no me daba tanto miedo).
Elegir el método correcto fue toda una aventura. No quería gastarme una fortuna, pero tampoco estaba dispuesta a experimentar con algo que pusiera en riesgo mi salud dental. Por eso, después de horas de búsqueda, opté por un kit de blanqueamiento que incluía un gel especial y una pequeña lámpara LED. Sonaba moderno, ¿no? Además, la mayoría de las reseñas parecían buenas.
Me lancé a pedirlo y con mucha emoción empecé esta aventura.
La llegada del kit y las primeras dudas.
¡Cuando el kit llegó, me sentí como un niño en Navidad!
Lo abrí y ahí estaba: el gel, la lámpara LED y unas instrucciones que parecían bastante simples. En resumen: decía que debía aplicar el gel en una especie de funda para los dientes, ponerme la lámpara en la boca durante unos 15-20 minutos al día y repetir el proceso durante dos semanas.
El primer día, lo probé un poco a ciegas. Al colocarme la funda con el gel, me miré al espejo y casi me da un ataque de risa; ¡parecía una mezcla entre un Alien y una influencer de Instagram! Aun así, me armé de valor y aguanté los 20 minutos. Al terminar, tenía esa sensación rara en la boca, como si hubiera ido al dentista. No noté gran cambio el primer día, pero me dije: “Paciencia, Roma no se construyó en un día”.
Empecé a crear mi pequeña rutina diaria: preparaba todo el kit, ponía la lámpara, y mientras tanto, aprovechaba para hacer otras cosas en casa (aunque tengo que admitir que, con la lámpara en la boca, hablar era misión imposible). La idea de ir viendo resultados me hacía mantener la motivación, aunque reconozco que el proceso era, cuanto menos, curioso.
La lucha contra la sensibilidad dental.
Después de unos días de tratamiento, empecé a notar cierta sensibilidad en los dientes. No voy a mentir: la primera vez que me comí algo frío y sentí ese dolor punzante, estuve a punto de abandonar el plan. Me preguntaba si merecía la pena pasar por ese sufrimiento solo por un tono de blanco.
Así que investigué un poco y descubrí que esto es bastante normal en tratamientos de blanqueamiento. Decidí ser valiente y seguir, pero aplicando el gel solo cada dos días en lugar de diariamente. También me compré una pasta de dientes para sensibilidad, porque no estaba dispuesta a renunciar a los helados ni a la sonrisa perfecta.
Otro pequeño truco que implementé fue usar agua templada para cepillarme, ya que los extremos de temperatura intensifican la sensibilidad. ¡Es increíble cómo cada detalle cuenta en este proceso! A veces, en esos momentos de duda, me planteaba si valdría la pena hacerme el blanqueamiento profesional para evitar estas molestias y obtener un resultado inmediato; recordé que los profesionales de Mesiodens recomendaban los blanqueamientos realizados por profesionales dado que puedes recibir una atención más personalizada y el tratamiento era más certero.
Sin embargo, ya estaba metida en el meollo ¡así que sólo quedaba resistir!
Mis trucos caseros para sobrevivir al blanqueamiento en casa.
Ya con la pasta para la sensibilidad como aliada, empecé a buscar formas de potenciar el blanqueamiento sin hacerme daño. Y aquí es cuando entré en el mundo de los trucos caseros que “teóricamente” funcionan. Uno de los que más me gustó fue mezclar un poco de bicarbonato de sodio con mi pasta de dientes habitual, una vez a la semana.
¡Ojo! Este es un truco que no puedes hacer todos los días, ya que el bicarbonato puede dañar el esmalte dental si lo usas en exceso. Pero una vez por semana, noté que me daba un pequeño empujón extra para ese blanco que tanto buscaba.
Otro truco que probé fue el famoso “oil pulling” o enjuague con aceite de coco. No es realmente un blanqueador, pero se supone que ayuda a eliminar bacterias y, en teoría, ayuda a mantener los dientes más limpios. Al principio me pareció un poco raro enjuagarme con aceite, pero le cogí el gustillo y, aunque no es milagroso, sí noté que mi boca se sentía más fresca y mis dientes más pulidos.
Algo curioso fue notar cómo, al reducir el consumo de café durante el proceso, también parecía mejorar el tono de mis dientes. Es difícil renunciar a ciertos alimentos, pero admito que al menos mientras hacía el tratamiento, intenté reducir el café, el té y el vino, ya que ayudan a mantener los resultados y evitan que el esfuerzo se vaya por la borda.
Resultados y conclusiones: ¿funciona o no?
Tras dos semanas de “tratamiento casero intensivo” con el gel, la lámpara LED y todos mis trucos caseros, ¡llegó el momento de evaluar los resultados! Me miré en el espejo, me tomé unas fotos (con luz natural y sin filtros, que ya me conozco) y comparé.
¿La verdad? No era un cambio de la noche a la mañana, pero sí noté mis dientes algo más claros. No llegaban a ese blanco extremo de película, pero tenían un tono más limpio y uniforme. Sobre todo, sentía que mi sonrisa estaba más luminosa. Así que, en resumen, mi veredicto fue que el blanqueamiento casero funciona, pero hasta cierto punto.
Ventajas y desventajas del blanqueamiento en casa.
Aquí viene el balance:
Lo bueno de hacer el blanqueamiento en casa es la libertad de tiempo, lo barato que te sale (en comparación con el dentista claro) y la satisfacción de ir viendo cambios poco a poco. Sin embargo, la sensibilidad y la necesidad de mantener la disciplina son sus puntos débiles. A diferencia de un tratamiento profesional, en casa los resultados son limitados y es necesario ser constante para ver realmente alguna diferencia.
A pesar de que mi experiencia fue positiva, si buscas resultados más rápidos o un tono mucho más blanco, lo mejor es acudir a un profesional. Al fin y al cabo, no hay nada como un tratamiento respaldado por expertos para un acabado perfecto y sin los riesgos de hacer experimentos en casa.
¿Repetiría la experiencia?
La pregunta del millón: ¿lo haría de nuevo? Pues… ¡sí y no! Por un lado, me encanta tener la libertad de hacer el tratamiento en casa a mi ritmo y sin gastar demasiado. Sin embargo, creo que, si quiero resultados realmente reveladores, la opción profesional siempre será la más segura.
Por otro lado, la sensibilidad fue otro detalle que me hizo plantearme si realmente merece la pena hacerlo uno mismo…
Aun así, me quedó claro que hay cosas que puedo incorporar a mi rutina diaria para mantener una sonrisa cuidada, como el “oil pulling” o el uso ocasional del bicarbonato. Y en cuanto al gel y la lámpara, probablemente vuelva a usarlos en el futuro como mantenimiento, pero con mucha precaución.
Consejos finales si quieres blanquearte los dientes en casa.
Si te animas a probar el blanqueamiento casero, aquí van mis consejos de amiga:
- Investiga bien antes de lanzarte. Asegúrate de comprar un kit de una marca conocida y sigue las instrucciones al pie de la letra.
- Cuidado con la sensibilidad. Si sientes dolor, no te tortures; usa una pasta de dientes especial y reduce la frecuencia del tratamiento.
- No abuses de los trucos caseros. Cosas como el bicarbonato o el peróxido pueden dañar el esmalte si los usas en exceso ¡Con moderación!
- Sé realista con los resultados. No esperes una transformación radical, pero con constancia sí que verás mejoras.
Espero que mi experiencia te haya servido de ayuda ¡mucho ánimo si lo intentas!